sábado, 25 de febrero de 2012

desde lejos

Componiendo la facha, con la cara de tonto,
participo en la orgía facial de los espejos,
me encaro con los bellos fractales, los afronto,
mirándolos de cerca desde lejos.

¡Qué horizontes de barro cristalino remonto!
¡Qué límites trasciendo sin complejos!
Y qué imágenes muertas me acometen de pronto,
viva imagen que son de mis reflejos.

Yo, que adoraba el fin de la belleza,
que volé por los aires para ver el futuro,
no puedo ser ahora transparente.

La sombra se me viene a la cabeza
con el vigor secreto de un pensamiento impuro.
Pongo cara de tonto inteligente.

domingo, 19 de febrero de 2012

dos poemas

explicar la música en un sencillo cuadro

En primer lugar, la mano, curiosa y obstinada,
llena de huesos hábiles,
calcada de una sombra que pasara volando a ras de suelo.

En otro plano, la voz, fijando estrellas,
construyendo palabras de reojo,
ilusiones formadas de espanto,
otro rostro inocente.

Al fondo, el alma,
        
         un toque de miseria,
         un retoque de lluvia,
         un redoble de alas de paloma.



el día D

Oh, domingos opíparos,
festivos,
días a ser posible.

Días para sentir alrededor
el credo atrofiado de las campanas,
patinar por la gravilla con zapatos asesinos
o liberar un ansia de conocimiento.

Un día sentado en su mesita de noche sin despertador,
zumbado de graznidos colosales,
ingenuos quehaceres de las almas.

Quedaban el domingo las muchachas para la doble sesión,
los viejos abarrotaban el estadio,
e incluso los perros se daban a la buena vida.

Porque un domingo es siempre más azul
que un lunes por la tarde y sin dormir.

sábado, 18 de febrero de 2012

Whitney Elizabeth

Más grave que su voz, ningún poema,
más pura que su canto, no hay paloma.
No hay rosa tan segura de su aroma
ni rey tan orgulloso de su emblema.

¿Quién va a ponerse ahora su diadema?
¿Quién sostendrá el bastión que se desploma?
¿Cuándo hablará otra voz el mismo idioma?
¿Qué voz juega con fuego y no se quema!

Se detendrá en el surco su balada
y vibrará la aguja, temerosa
de no alcanzar su toque de fortuna.

Más grave, pura, rosa, más amada,
más segura de ser la más hermosa,
ninguna voz, ninguna flor. Ninguna.







sábado, 11 de febrero de 2012

repetimos

Un sentimentalismo atronador.
Sentimientos ridículos que asaltan el hipotálamo
descargando su baba sobre un lote de emociones primarias.
Un sentimiento ridículo tras otro
patético.
Un movimiento patético de los huesos del alma.

Un sentimentalismo acentuado,
una manera
de hacer llorar al niño en un lugar de la mente,
de hacer llorar al perro como si le hubieran pegado un tiro en la oreja,
de hacer llorar.

Vuela la ira para adentro.
En un lugar de la mente, el niño llora,
el perro llora como si le hubieran dado una patada,
el alma llora como si le hubieran sacudido un puñetazo en el estómago.
La ira vuela para adentro,
acampa
en el recodo recóndito del alma, entre lo blanco y más puro,
manchándolo todo con las manos de grasa,
con los pies negros
y la sangre.

En un lugar del tiempo, el niño llora;
su voz llena un espacio prohibido,
su voz es una estatua contenida en sus manos,
como un dolor que vuela para adentro,
que duele tanto como un puñetazo en el alma,
tanto como una patada en el espejo.

No es sentimentalismo,
es que le matan los zapatos de charol.

lunes, 6 de febrero de 2012

cadáveres que vuelven de la guerra


Cuando se muere el día, ya está muerto,
lleva hombres muertos dentro de la boca.
Amanece y, al rato, me despierto,
anochece y me acuesto. Es lo que toca.

Cuando la luz del día llega al puerto
seguro de la noche, toda es poca.
Poca luz para tanto mar abierto
embistiendo feroz contra la roca.

Llora la luz del día por mis ojos
inyectados en sombra y, casi ciego,
a cántaros de sol, mojo la tierra.

El día ya está muerto y sus despojos
son gotas en el mar que gritan ¡fuego!,
cadáveres que vuelven de la guerra.

domingo, 5 de febrero de 2012

viaje al interior de la noche

Era una noche pálida de luna.
La luz formaba tenues remolinos en torno de las hojas afiladas
y los insectos daban rienda suelta a su hambre metódica del día.
Todavía quedaba alguna rosa del color del crepúsculo reciente,
bastiones de pureza entre las sombras.
Los árboles hablaban por lo bajo de cosas importantes.
El camino se daba media vuelta
y echaba a andar.
A lo lejos, el pie de la montaña cerraba un sucio trato con las nubes
y la lluvia regaba el campo ardiente,
que contenía la respiración.

Era de noche y no ocurría nada;
tal vez, un aleteo imperceptible diseminando su frecuencia elástica
sobre la formación de la espesura.
Dentro del bosque, oscuridad vacía,
notas ligeras dando pie a la orquesta,
un poema tirado entre las zarzas como una bolsa vieja de basura.

El viento estaba suelto, pero quieto, aquella noche estática y lunar,
mordisqueaba el aire con fiereza
y allí se detenía, en ese brote de mérito salvaje, en esa zona
extrema, inaccesible a los sentidos,
dosificando su maligno aliento.

De orilla a orilla, dormitaba el puente,
un ojo abierto al resplandor del agua,
ingrávido sin peso a las espaldas,
recuperando su figura artística.
Pasaba el río igual que pasa el río cuando solo es un choque con la piedra,
un torrente preciso con las gotas
contadas, una escarcha reluciente.

Quizás hubiera un cuervo tan extraño posado en cualquier parte,
en una mano,
en grotesco equilibrio sobre ella,
o acaso en una estaca de madera podrida y repintada de amarillo.

No estaba el ángel ciego de mirada
y gracia ocultas con la espada en alto
ni el demonio de máscara inocente que saltaba las tapias sin ser visto,
no había un alma sino la del suelo, tan vertical en un sentido u otro,
el suelo, con sus gemas literarias,
su explosiva potencia creadora.

En vano investigaban la maleza varios dioses buscando un sentimiento,
nada tenía frío, nada ardía,
ninguna voz se materializaba,
ningún niño perdido, con su llanto, sobrecogía el claustro vegetal;
ni el eco de un ladrido en lontananza verificaba la quietud del mundo.
La calma era inmortal (mas imperfecta,
pues en la perfección late un rumor de plenitud que, allí, disminuía,
hasta plegarse en hojas transparentes,
desentrañando un peligroso abismo).

Tal vez un aleteo, una ligera
nota de espanto compartiendo el tiempo
con la furiosa norma de los átomos.

Sin un observador, sin unos ojos
conscientes proyectando su vasta simetría
sobre el plano real de los objetos,
la soledad cedía en su impecable significado,
se hacía acompañar del infinito,
y era posible, entonces,
que una quinta avenida con sus luces
de gélido neón y sus vehículos recorriéndola en todas direcciones,
apareciese y desapareciese
sin dejar rastro -como manda el sueño-,
o que, por un instante, las pirámides de Egipto coronaran las colinas.

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