miércoles, 17 de septiembre de 2014

y a la vez el amor


Un jilguero. Su mascota de pronto es un sencillo y precioso pájaro libre;
ella forja su relato con la vida, sombras que la reconocen, se muestran dóciles en su presencia.
El jilguero canta y revolotea como todos sus hermanos, pero se posa en su hombro y mueve la cabecita hermosa
de un lado a otro picoteando su alegría. Oh, ella puede tener una mascota, un pajarillo puede confiar
sin duda en su humilde corazón.

                (La revolución ha de esperar, debe esperarla por una eternidad cada segundo.)

Una chica tan dulce tiene derecho a guarecerse, no a sentirse segura
(ese no es el concepto): tiene derecho a ocupar su lugar en el mundo, y fuera de él.

Su lugar en el mundo es una canción -acaso- un rimero de canciones que enamoran o enardecen, cambian,
se muestran inflexibles en su dureza y su rabia, ondean sus banderas a conciencia; letras que prestan testimonio,
e impresionan con su lealtad. Pero su lugar fuera del centro de la escena es un lugar más oscuro que el Arte.
Dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso.

El verso como refugio y problema no resuelto, Área 51 de la literatura. Más recóndito aún que la casa de hojas
con su pasillo donde no debería encontrarse y su completa extensión que no se encuentra.
Más extraño que el faro encastillado en el Área X, el túnel o el abismo orgánico
al que Southern Reach envía sus hipnóticas expediciones.

Porque el verso es el búnker fuera de foco y fuera de sospecha.
En las canciones, ella permanece allí de pie, permanece y no puede ser ella misma porque es la artista que todos admiran,
está completamente dentro de su voz y su presencia. Pero en el verso, en este verso escrito por nadie,
por alguien que no existe, ella no necesita la utopía, ni apelar a otra belleza distinta de la suya irresistible,
tampoco recrearse en los perversos escenarios distópicos de Unthank
o en los pasajes de pesadilla donde Alicia Donadio renunciara a su febril naturaleza.

No precisa contar con un género humano diezmado y perseguido.

En el verso, ella puede salir de  trabajar a las ocho de la tarde y a la vez
pasear por el parque y sentarse en un banco a leer una novela de Edward Bunker y a la vez
encender un cigarrillo y aspirar el humo mientras escucha un rap electrizante y a la vez
recorrer la avenida despertando pasiones inocentes en los blancos corazones y a la vez
estar triste como una Luna grande sobre el cielo y a la vez 
cantar en tanto silencio como solamente pudiera desear su alma.




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