miércoles, 3 de febrero de 2016

más allá de la nube de oort


Lista de poemas. Tareas pendientes. En primer lugar, un poema feliz. El poema feliz es un trasunto
de nada. La nada que evoca se tambalea, precisamente. Haciendo cola en la barra del bar,
detrás del humo. En la panadería resulta que se vende
solo el espíritu de la contradicción. Jordan no lo tenía en su lista. La lista de la compra es por ende una lista de poemas
pendientes de rezar, retar, enjaretar. Se hilan y se hilvanan las rimas que faltan;
una formación de perdedores en la cola de la iglesia esperando un litro de ginebra con cocacola, matando chichas
con los labios quemados. Esta fiebre que sucede sugiere un milagro
aguardentoso (¿dónde?) más allá de la nube de Oort, un invernadero samurai donde se producen desastrosos acontecimientos
que nadie escucha ni remotamente.

Choque de culturas en la cola del economato: un portorriqueño y un eslavo discutiendo de filosofía
sobre si Puerto Rico finge ser estadounidense para saltarse el turno de las naciones. Los españoles mirando,
encogidos como atletas en los tacos de salida, salidos también en toda la extensión de su carácter, apañándoselas
como mercachifles. Esto pasa en el barrio todas las mañanas
hasta la hora de comer.

A partir de las cinco salen los poetas, todos con el síndrome de existencia, bajo un sol de justica que es la única
justicia que (les) queda. Son –suelen ser– más listos que el hambre, más que sus poemas 
que siempre hablan de confesiones y terror, del terror a los padres, el terror al café, este horror fraternal que se te mete
dentro y quema como un brasero de butano. Por fin, se encomiendan al altísimo (uno de ellos).

Jordan echa chispas por los ojos. Gris ha ladrado por rutina a un automóvil lento del gang. En la pared, un mural
esquinero dibujado a cuchillo con episodios sangrientos y una chica moderna vestida de Marvel
haciéndose las uñas con una motosierra minimal. En la cola de la discoteca un rapero detrás de su mamá. Mami
a cuatro patas vomitando la sardina, mami desnuda
de cintura para abajo.

El poema en sus trece, apechugando. Las manos vuelan, los revólveres
se han ahorrado otro cadáver. Todas las manos inocentes de la ciudad convergen en un desierto plagado de últimas voluntades.
Dicen que el muerto tenía una fortuna enterrada bajo una piedra negra del parque,
junto a la valla donde da comienzo un cementerio sin cruces. La banda lleva pisoteando el lugar toda la vida,
pero el jazz solo descubre los tesoros del aire. En la cola de la funeraria,
los chicos se intercambian números de teléfono; aunque en el parque no haya cobertura
hay que llamar a quién de vez en cuando.




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