domingo, 12 de junio de 2016

a ras de tierra (hurgando en la memoria fotográfica de la realidad)


Ha comenzado la gentrificación del averno. Buenas personas se acercan a las llamas.
Dios ha lanzado un dron relativista hacia el inconsciente colectivo. La realidad se parece a sí misma
hace algún tiempo, posee memoria fotográfica. En esa zona del parque envuelta en el humo eterno de la conden(s)ación
el desierto avanza como un Panzer; la gente
mira al cráter sin atreverse a toser. Una nube de malas intenciones sobrevuela
el anfiteatro del miedo.

No todo es tan genuino. Este ángel baraja varias secuencias grabadas en su mente prolífica,
elige la menos parecida a la realidad hace algún tiempo. De la tierra madre del cementerio surgen brazos
como gusanos enormes, el pararrayos escupe estática y estética (a escoger), disuelve la furia del agua en el asfalto.

No es preciso estar enfermo para ir al médico y pedir la vez. Cuando no hay cola en el taller de vehículos,
la doctora atiende pronto, pero no es una profesional sino una muchacha menuda,
descalza, con un vestido blanco. El sol acostumbra entonces a silenciar las reclamaciones. Diagnóstico
y reparación, sondas extrasensoriales y misas de difuntos. Una tragedia en cuatro estaciones de servicio,
cuatro actos de extinción controlada de las emociones. Besos sin digerir y una píldora
azul. Así se cura la formalidad de la existencia y la mañana vuelve a sonrosarse, el tabaco sabe mejor, el mundo
fluye como un arroyo de miel artificial.

Todos prefieren a Jordan, la seleccionan, nombran y renombran. Ah, ella es la reina del baile:
hay banderitas colgadas de las cuerdas, de las farolas cuelgan pequeños mussolinis muertos antes de crecer,
la música bendice las apuestas; sin balones por la calle principal ni cristales
rotos en mitad de la noche. Cuarenta años de paz empiezan hoy. Bellas personas se acercan al incendio,
muestran alteraciones de la personalidad, lesiones cerebrales, maneras. Se las observa con satisfacción.

En la adversidad y el encono invocan a su enfermera favorita, pero no es una profesional sino una muchacha morena,
descalza, que habla en ese francés futurista de Los Ángeles. Ella tiene un mensaje para el mundo:
se acabó. En la botella que ha tirado el ángel desde la ventana del motel, la jeringuilla que ha tirado el ángel,
la pintada en el suelo del garaje, reside la verdad, a ras de tierra.






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