miércoles, 1 de junio de 2016

buen gusto


No le gusta la poesía. A Jordan no le gusta. Toda la ha leído ayer. No le gusta que se repita
hasta el borde de la piscina y se tire al agua sin saber remar. Que te agarre el brazo hasta el tuétano
y no te suelte y no te quiera soltar, con ese oscuro proceder suyo y esa terminación honrosa y suplicante.

La poesía abruma con solemnidad atronadora; el silencio se las sabe todas también (es críptico) y posee el buen gusto
imprescindible para denigrar, vejar a la óptima distancia. La poesía
no puede entrar en trance ni siquiera a la puerta del campo, no puede ponerle puertas al campo. Ni siquiera
de polizón en la bodega, sin dinero ni suerte, esperando un horizonte que se hace de rogar. Los poetas
muestran de continuo su flaqueza asfixiante, exhiben con desfachatez sus mínimas
heridas, su dolor de internado, esa normalidad tan literal.

Oh, tratan de disfrazar de leve exotismo su comportamiento ordinario, su perfecta adaptación; y se tiñen el pelo,
llevan un foulard, sombrero, un bastón, un foulard y un sombrero, las uñas pintadas de color carbón. También
los poemas van pintados de color neutro y asesino, nada de bondad, son killers de las letras,
asesinan palabras como pájaros de Hitchcock, pobres jilgueros
atracados a punta de navaja. Muchos poemas posan como adolescentes
con problemáticas difusas. Se sacan fotos poemáticas (autorretratos) y disfrutan de su centralidad y su breve estallido.

Jordan no se deja engañar: tan románticos como el disco punk de un abogado;
con una copa en la mano desde por la mañana, con el cigarro en la boca, echando humo en círculos anónimos.
Ella se pinta los labios de negro y sale al porche a recoger el diario:
eso sí es normalidad (aunque no haya diario, ni porche ni laúd). La música sorprende entonces, tiende a levantar sospechas
entre los ladrones, es la banda sonora de proximidad que clausura las rimas con su acento
infernal, extiende su reforma sobre las mentes ocupadas en un baile de cifras.

Cuántos lectores dementes hojean libritos intrincados con los ojos en blanco como páginas en blanco
o como páginas sucias de comentarios hechos con mala idea por la feroz inteligencia profana. Jesucristo
ha bajado para decir que la poesía es bíblica (luego se ha ido a casa porque se ha echado a llover). El poema ha reculado
despintándose del paisaje, se ha puesto en orden y en su lomo han crecido robles
y tejados con chimeneas lívidas para cazar estrellas a lazo (pájaros con liga).

Sucede que la poesía es tan poco probable; le falta rabia de consumo: eso es. Carece de un capitán américa
doliente que la lance por los aires. Necesita con urgencia un lance perverso y apodíctico. Una pareja tímida que ocurra
donde nadie se ha perdido jamás. Un mar al fondo del pasillo: gajes del oficio. Un muerto
que se ponga su levita y vaya a trabajar.




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