domingo, 7 de agosto de 2016

latina


Ser o no. Latina. La piel, humo y canela. El poli acaba con su rosquilla de canela, mastica
el alma de la calle; el uniforme le sienta como un guante del revés. Como de costumbre, la pistola se dispara
sola o es que ha tropezado en un color de fuego. En el barrio ya no ocurren
desgracias como aquellas, la policía no irrumpe con chalecos antirraza, prejuicios de repetición. Los traficantes
son ahora el mazo de la ley: también tienen leche en polvo y granos de café. Ahora hay una especie
equidistante (de tan pura) y otra que elude toda acción solar.

Jordan pertenece. Se pertenece. Es propiedad del viento que sigue la tapia del monasterio,
persigue la piedra domada, clara y sin pintar. Si continúas por el muro bajo de la cartuja, bajo el sol, encuentras
un siglo de cipreses que balancean su estatura. No es necesario entonces entender el francés que charla con las nubes
ni el castellano que perfuma el polvo del camino. El inglés que se muerde la cola
suena como la música franca que encabrita los rápidos del río.

Cerca del lago, los cuervos formalizan el tamaño del secreto, hallan la sombra
seca del destino. La gente acecha dentro de la huida, sin domicilio fijo ni caravana, siempre llegando tarde a casa
hasta cansarse tanto del cansancio, siempre al descuido de la naturaleza. Vida de hurtos fáciles, viajes
inseguros, largas esperas al compás de la luna. Es una vida de gato
pero sin sonrisa de autobús, sin historia.

El ciego estima que las chicas han perfeccionado su baile de tal modo que levitan como rosas vírgenes,
criban el cielo alrededor de su hermosura para que lluevan chispas
cabrioladas, el oro y el platino, ambos en caída libre hacia las estrellas. Es un experimento fuera de control, el tono eléctrico
y la voz superada por la exuberancia del ritmo. Cuánto poder en esa sensación,
el mundo a los pies de una danza tribal que llega del futuro en todas direcciones, el punto
inmaculado que atraviesa el silencio como un rayo de luz más oscuro que una bolsa de papel.

En el espejo las heridas apenas cicatrizan con dolor, los ojos matizan su estela de verdad y oficio,
el verso se mantiene a la distancia mínima posible de la respiración, la exacta longitud de una palabra. Jordan
acepta el caso del hombre muerto en mitad de la avenida, semejante anuncio publicitario en letras mayúsculas,
un dibujo expresionista de la realidad que fluye según el color de la pupila. Hoy, a cámara lenta. Está bien visto
el tono mineral de la sangre que ensucia el portal sin número donde vivía el hijo de dios.
Nadie pregunta por el llanto; nadie se lleva mal rato cuando la voz mecánica brota del altavoz instalado en el aire.




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