jueves, 1 de diciembre de 2016

parnaso


Ahí tienen al poeta sin ángel.
Pero… sigan a lo suyo, hagan como si no estuviera,
como si no escribiera. Tan leve. Su seriedad literaria es la del pasante de ínfima categoría, clérigo de sacristía, hombre sin clase,
ni siquiera cuenta con una clase social a la que atenerse en las níveas madrugadas.
Desfasado en su poltrona accidental, la sillita de enea,
un sitio bajo el sol. El sol vomita su poleo de menta pasado por el filtro del neón
recalcitrante. La fibra de la luz señala un lugar a boleo y luego lo frecuenta,
es que te obliga a retratarte en el proscenio, te tira de la lengua.

Este poeta no es serio; su registro de felicidades queda vinculado a un solo corazón,
lo que es bien poco. Su novia le dejó. Su río le dejó. Su roca le dejó por otra roca más nuestra
y enchufada a la red social.

Hoy ha escrito un porcentaje mayor del regular y extendido. Conseguirá
dinero sonante (al recitado). Dará una voz y las chicas acudirán a la plaza en fila india
con un cuenco de paz entre las manos, su bandera de abril. El invierno ha protestado porque siempre hace calor en el noble
paraíso. Las casitas se calientan por el borde superior y los grajos aletean                                                                                               
sobrecogidos. Chapa, ¡vástagos del zinc! Gente bonita y superior (entre ellos, el poeta).

Por el parque pasan las páginas a todo tren: andan a un campo de distancia
de la reforma social. A una vida del pasaporte a la gloria de Henry James (esto es), serio como una patada a seguir.
Los poemas crecen –como los problemas– y acaban abordando una nave
imperial. En otro episodio, el poeta sueña con Jordan acostada en el jardín sobre una forma
griega escultural, un Partenón inverso hacia los cielos, cogido
por los pelos: es-cultural.

La navidad (de)pende del verso, vende verso, pesa y repasa su trayectoria plana, sus pantalones cortos y su coche de bomberos;
hay una actriz del método paseando su seriedad artística
por la cuerda (te hace una escena). La avenida trocea su decorado real, rasca unas nubes bajas, roza la angustia y la desecha de un trastazo;
echa un borrón y se confiesa ante el lumpen de toda la vida. Los chicos han robado una mazorca,
son carne de horca y el poeta lo sabe, rima con su determinación
porque aspira a una plaza fortificada en el fracaso de siempre. Y en el Parnaso también.




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