domingo, 19 de febrero de 2017

un instante de hierba entre la hierba


Cuentan que por debajo de la puerta del monasterio
se escapaba el arte, y por la ventana también. Y se escapaba una corriente divina,
algo de dios se iba deduciendo del altar barroco,
disminuían las vocaciones, los vocativos, los rezos, una memoria se estancaba y era bendecida sin descanso.

No es que Bey se pasara por el claustro con un bate de béisbol
en las manos, ni que un lustroso evangelista entonara el gospel y su reencarnación
armónica, ese ansia por la música propia de Jim Crow y su progenie.

Por las cuatro ventanas del templo se iban los recuerdos del mañana, no prosperaban,
como junto al festivo horizonte de sucesos de la melancolía, hologramas fantásticos con toda su información intacta,
láminas verbales, partes de una frecuencia estadística.

Burdéganos enjaezados cargados con dinteles
extraídos de tan hermoso paisaje, apisonados con otros materiales de dudosa enjundia, aros de sonido,
volcanes de trigo, préstamos de lluvia.                                    Estaba el horizonte
apalabrado –dicho sea de paso–, pues constituía una motivación extra,
era un desperfecto –dijérase.

Dejemos para otro momento el asunto fundamental, el puro instinto, la pureza
caudal de aquellos animales dotados de olfato y desprovistos de otras facultades como la felicidad.

Es preciso un instante de hierba entre la hierba, sin tanta
ceremonia, un espectáculo vernal con su domador barbudo y letraherido, semejante bohemio indiscutible, hombre
de las buhardillas, príncipe del Bowery. Un monje capitalino
dedicado al estudio de las apariencias.

Nombrad un pensamiento ejecutivo. El mecanismo del milagro. Cada día un nuevo emperador,
una nueva emperatriz gloriosa destinada al encuentro, al beneficio de las nubes. Una palabra
suya demasiado sincera para levantar conciencias como montañas, ángeles como poetas.
El verso suyo que no se modifica con el paso del tiempo, que pertenece al espacio y se revela
fuera del marco de las apariciones.

Id con el aire, pero fuera del aire. Sobre la torre más alta,
una paloma –como símbolo (¡será el amor?). Y al golpear las lunas de los autos varados en la noche y la rutina
sabed que vuestra furia no es sino el espasmo del futuro cuando se reconoce en la distancia.




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