viernes, 1 de septiembre de 2017

el pop


Jessica tiene el <<pop>>, usa su encanto y su naturaleza,
su nata inteligencia. En su fase de negritud empedernida (cortesía del psicólogo afroamericano F.K. Yo), es un espectáculo
observar el laberinto de su espalda, o su destreza, su carisma. Ella es el monotema
de la poesía (por esta vez). Incluye un género de altura que no se corresponde, una brillantez de pensamiento
responsable de este primer acto, una sonrisa asonante, un palíndromo expresivo
demasiado afilado para hacerse real.

Se organiza una sesión cinematográfica para verla caer del cielo como una salvadora,
ángel en parte. Parte ángel y parte incertidumbre, fijando el mecanismo con dos perlas que son letras de agua. Ella se libra
del arte, pero vale un potosí. Ha sido radiografiada por la aurora, dirigida por dos hermanos
famosos, obligada a silbar con la mano izquierda desde niña, a vomitar un cóctel de fuego y armonías de ayer.

No sale, pues, en las antiguas películas racistas que fumigaban los cerebros de las masas
descreídas, hambrientas de genialidad popular, arracimadas en torno a una sarta de espejos deformantes, desencajadas
en un glorioso fundido en negro (si eso fuera posible).

Jessica no usa el <<pop>>, no necesita usarlo en este estado tan violento. Se las ingenia
para rodar un drama con visos de pintura renacentista; su belleza promulga edictos de saqueo y transición
hacia un pecado inocente. Es un Jim Crow que lincha mentes arias, segrega chicos blancos en la escuela pública de Dickens
y más allá, en cualquier desierto saudita que acoja
gentilmente un suburbio criminal tan chungo como Reno (Nevada).

Se ha conseguido una negritud encadenada a un banjo; de África, llegan las reacciones, de Ámerica, los reaccionarios.
El mundo aclara que no tiene nada que ver con el deseo turbio de la igualdad; en la belleza
cósmica de un rizo se detiene la luz. La esclavitud ha sido declarada legal por la mano de dios, Jesús
de Nazaret es portador de una pistola eléctrica y cuenta con un número inmenso de servidores
forzosos. El cielo recrea sus certezas, que son como universos familiares.

Jessica ha esclavizado a una completa estirpe sudista, ha derribado sus estatuas carcamales y ha incinerado sus dársenas,
sus banderas y sus mitos, ha ganado la guerra sin bajarse del autobús de R_ _a P_ r _ _,
sin volverse a peinar su melena azabache, tan digna de mención. Su hermosura ha desliado los evangelios
rápidamente, estableciendo una nación poética en el patio trasero del imperio
violado; su reloj marca la hora del escándalo, sus labios no predican la guerra, sino el alba de las rosas, sus ojos
hablan de la herencia y el futuro que vuelve desde el fin de los tiempos, cuando las almas
eran tan oscuras como la piel auténtica de dios.



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