jueves, 7 de septiembre de 2017

norman bates


Antifascistas, Jordan antifascista y Gris antifascista; juntos cabalgan arrasando esvásticas, banderas
de la confederación, aguiluchos, yugos y flechas, cruces y medias lunas. Han derribado
monumentos ominosos: y todo por amor.

¡Ah!, Jordan luce una insignia con la efigie de Rosa Luxemburgo y tiene una vietnamita clandestina
que lanza octavillas por el aire; no como el poeta, que no se mete en política, y ni siquiera hace propaganda de sus letras
apocadas, sus dípticos tartamudos, que fuma todo el día la infecta picadura lacrada en el museo, que solo fuma y defiende
su rato de fortuna, su cabo de la nube, su falsa identidad.

De patrulla en un cadillac cualquiera con las armas en el bolso y los labios pintados de dulzura, y las manos vacías;
y los hechos que se suceden como lecciones inútiles, se aglomeran como maletas en el próximo andén,
acarrean consecuencias sin descanso (ni dios se salva).

Dios no se mete en política: ni se ha inscrito para votar. El día de la votación se lo pasa
ojeando por la mirilla del cielo, ese agujero sórdido que tiene para espiar a las parejas como Norman Bates. Ángeles hay
que desertan, se humanizan a golpe de gintonic y tacones de aguja, son a prueba de balas y recorren antros
majestuosos sin perder la cabeza.

Jordan ha sido investida con el manto refulgente de la industria discográfica que fue. Graba un rosario de interrupciones,
caras B, cintas amarillas, lápidas fugaces que vibran como piedras de mechero, como cantos
rodados o canciones de cuna. Hoy sale de ronda con un reloj de arena
y una ametralladora. Ha descubierto un nido de víboras en un walmart abandonado, ha seguido el rastro del dinero
hasta los palcos de wallstreet, donde el dinero pesa lo que vale y nada vale menos que una moneda de oro.

Es tan artístico el arte del tachado, el borratajo elevado a la categoría de sublime práctica,
praxis elemental; Noname ameniza la rutina (exceptuando, exceptuándose), lleva la voz a todo un gran
volumen de mundo, suena por el altavoz y los ojos se desorbitan
y los rostros emergen de sus atolladeros favoritos.

Con un detector de almas degeneradas, un detector infalible de nazis pervertidos y apóstoles racistas hechos a la prestidigitación
como al negacionismo; mientras brota el otoño con su repertorio de turquesas y exámenes orales,
flores elegantes y enlutadas cenizas de bandera.



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