sábado, 6 de enero de 2018

colaboracionista


Destiny ha colaborado con la justicia; no tiene sentido,
si estaba todo dicho. Los niños jugaban con un pensamiento pasado por agua,
salpicaban su alegría donde no había nadie; en medio de la plaza, todo era una samba gigante
como un algoritmo, el tiananmen de los libros perdidos, el cementerio de la luna. Qué añoranza
de puentes de piedra, salamandras y cactus; en el desierto, el mundo es como un sueño  
acorazado donde no tuviese cabida la noche, ni acudieran los perros con su paso de confianza,
su peso y su mordisco. Hasta las dunas han florecido hoy
paginas y páginas de sucesos, novelas del oeste y barbitúricos sin receta (fuente de realidad).

Dicen que el verso se parece a una rotonda, pero suele darse un aire a la venganza, recta como una velocidad
de escape, fuera de sí. Se mimetizan las líneas, se trenzan en un baile afrodisiaco, una comida de rosas;
poner la mesa es una relación sin entusiasmo, una recreación del anonimato mismo.

Algunos se rindieron enseguida, reían y ridiculizaban, tan engolados; ahora no. El parque
ha congelado las sonrisas, que ahora son rictus alcohólicos, fingimientos y paradas cardíacas, holocaustos zombis
a un nivel desconocido. Hace falta un animal de combate para salir indemne y hay que saber leer.
Tanta poesía se ha convertido en una profanación continua del lenguaje; tanto huir de la belleza para qué,
si la belleza es buena compañía, si la cerveza en buena compañía (si la compañía del gas había cortado el suministro).

Esta pobreza derivada de la escoria anunciada por los clérigos, tal lluvia de meteoritos
impermeables llenando de cráteres la sombra del futuro. El poeta pudo ser como un hechicero Sioux y se quedó en aficionado
al séptimo arte: su película favorita siempre fue El Resplandor.

Ocurre que el KRIT había publicado su disco más compacto, una barbaridad para oídos
estoicos, héroes de plastilina con pectorales muy desarrollados, heroínas del soul con almas
condenadas al café de la mañana, capturadas por el soplo natural y la maravillosa soledad
social. Y Destiny, que escuchaba a todas horas la mecánica insospechada y congruente, las letras impías manufacturadas
en un taller vietnamita del extrarradio. (Pues) el planeta giraba sus últimos
destellos y la manivela de dios chirriaba como un domingo en el espacio, un sexto día para la infancia; el verso
funcionaba entonces nuevo calmante definitivo, tisana completa y las palabras se removían en sus tumbas,
decididas a cambiar –por un segundo– la familiar atmósfera del odio.



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