martes, 22 de mayo de 2018

la lluvia, el castillo y la cruz


Destiny Desoladora; es el motivo, la ligazón que califica y se derrama
como una mancha nueva en el mantel del siglo. El tiempo se ha comprometido con cierta sucesión vertiginosa, ha tomado
conciencia de su menoscabo, su aspereza; aquel difuso entendimiento,
con la lluvia, el castillo
y la cruz.

Todo produce insolaciones (estribaciones),
intuiciones mascadas como el chicle que se pega en la suela del zapato, la piedrecita en el zapato de charol
que no se puede sacar. Algo que duele y se marchita
de repente. Algo que corrobora los misterios, la sospecha infantil de un mundo
errático y sencillo. El juego facilón de las pequeñas guerras, las escaramuzas sin cuartel, el abecé de las tribulaciones
puesto a secar al sol de la inocencia.

Abarca Destiny una desolación apaciguadora, una destreza salvaje basada en su figura aborigen, su resolución
tan alta, esa lente telescópica que define su belleza y su peso de vuelo, que la defiende
frente a cualquier tentativa de designio, frente a cualquier atisbo de humanidad perfecta,
cualquier devota imagen favorable.

Vuelca un lenguaje misericordioso; ella tan en bruto, tan bruta rosemarie llena de piel; es de la rosa
que perfuma la complejidad del prado, cerca del mar que se agita ignoto y nauseabundo,
fulmina la costa con viscosas extremidades azufradas. Cuando la lengua se agita rota y nerviosa por hallar el nudo
físico, el bulto astronómico de la realidad y sus partículas
maternas, la silueta a recoger de las baldosas, el punto muerto de la religión y su pública costura.

El hallazgo modula un verbo carismático para situar la aseidad en su vértice y su espacio, la cualidad
expectante de lo inefable y su índole inefable. Así, vienen el arpa y el laúd cosidos a la palma del arrecife
supersónico que arrastra piedrecillas de colores. Hasta el balcón
ordenado sobre la barrera, sobre la playa vestida de rojo carmesí
donde brilla el retablo de la melancolía, el reconocimiento artístico a una vida entregada
a la sabia inacción y sus tensiones.

Destiny borda ese hábito suyo de no ser, coordina las pautas de la naturaleza en breves escapadas, se debate
como un halcón aterrorizado por el hambre. Es una mujer ante el milagro, sus ojos
atizan el fuego de la noche y sus manos comprueban el calor que yace dentro de la muerte
que ha caído del cielo como un relámpago triste.



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